En el
reciente estudio realizado en Inglaterra y Gales por mi consultora Heráclito Conocimiento + Estrategia, entre “millennials”
de 20 a 40 años, observamos que Chile sigue favorecido con la percepción del bebedor
de vino de que el Malbec es un vino chileno. Con un 25% de menciones, Chile
supera a Argentina que participa con un 20%; el 48% de los entrevistados no
sabe y el resto menciona otros países, sobre una muestra de 500 entrevistados.
Según los
resultados de las entrevistas, las principales razones negativas para los
ingleses, que afectan el conocimiento y el consumo del Malbec, tienen que ver
con la falta de información sencilla, simple, sobre el vino y la poca actividad
del producto en las redes sociales, blogs y sitios web. Internet es el medio más
importante para los “millennials” ingleses para informarse sobre vinos y también
comprar.
Desde una
interpretación inteligente de la información, Argentina está cediendo una
ventaja competitiva única que la diferencia claramente del resto de los países
productores de vinos. Y esto, desde el punto de vista estratégico, tiene una
importancia extraordinario si se considera que el mejor camino para
competir con ventajas es diferenciarse y distinguirse con algo que al
competidor le sea difícil de imitar - en este caso con el Malbec- para después
arrastrar a las otras variedades, como el Cabernet Sauvignon, el Merlot o el
Sauvignon Blanc, por mencionar vinos de la mayoría de países productores. Lo primero
es conseguir una posición fuerte y dominante y desde allí desarrollar la
estrategia para posicionar otros vinos. Visto desde el consumidor: si éste percibe
calidad y una experiencia de consumo satisfactoria con el Malbec, comienza a
asociar el conocimiento adquirido con el país de origen y su cultura, y se
vuelve permeable a escuchar otras propuestas; o mejor, asume una actitud
favorable para comprar los vinos argentinos. Si el consumidor tiene confusión
mental sobre el país de origen del “mejor” Malbec - lo que llamamos disonancia
cognitiva - puede fácilmente, por la buena experiencia con vinos chilenos, asociar
que “el Malbec es chileno”. Y de esta
manera diluimos nuestra ventaja competitiva y favorecemos la generalidad del
concepto, perdiendo el Malbec la identidad argentina.
Durante la
encuesta –llevada a cabo un poco antes del referéndum por el Brexit- el 55% de
los bebedores de vino, adultos jóvenes ingleses, conocía, espontáneamente, el
vino Malbec, y 68%, con mención ayudada, lo había probado alguna vez. Del total
de probadores -340 entrevistados- el 73% quedó satisfecho con el vino Malbec: lo
volvería a comprar y lo recomendaría a los amigos. Estos indicadores, en
general, son muy buenos, especialmente los que demuestran satisfacción durante
la experiencia de consumo, pero también nos dicen que hay una oportunidad de
crecimiento muy significativa porque todavía, entre los ingleses jóvenes, el Malbec
no ha llegado a la maduración de su curva de ciclo de vida y queda mucho por hacer.
Entonces, la pregunta que surge es: ¿quién hará el mejor trabajo de marketing
entre los consumidores jóvenes de vino, para aprovechar la oportunidad,
Argentina o Chile? Según mi experiencia en analizar mercados en diferentes
países, los productos argentinos, en general, y particularmente el vino, no
suelen cumplir con un buen desempeño de las marcas en aquellos indicadores
básicos del marketing táctico, como son la cobertura y exhibición en los puntos
de venta, degustaciones, presencia de material publicitario y promocional en
lugares de consumo o de venta de vino, por mencionar algunos. Esta afirmación
se puede confirmar visitando algunos minoristas importantes en México, Brasil,
Estados Unidos o el Reino Unido. Si comparamos con los vinos chilenos, las
marcas funcionan como un regimiento de guerreros hoplitas, compactos y
alineados con un mismo objetivo: que el consumidor vea fácilmente vinos
chilenos, en un solo vistazo, y después decida cuál marca o variedad compra. Es
una fuerza unificada que le permite a las bodegas chilenas ahorrar esfuerzos en
marketing y conseguir una exposición mayor en los puntos de venta, que después
acompañan con publicidad en medios tradicionales y digitales.
Un día
publiqué, no hace mucho, que el Malbec para Argentina era una cuestión de
Estado. Exageré intencionalmente para llamar la atención y para demostrar que
desde la estrategia, el vino Malbec es nuestra identificación y diferenciación.
La innovación más sobresaliente que se hizo en la industria en los últimos años,
a tal punto que confirma la potencia del terroir porque en esta tierra florece
la uva Malbec de mejor calidad en un ciclo virtuoso, con “tonos” de vinos para todos
los gustos y placeres. El Malbec nos hace visibles como productores de vino
para vender nuestra gama de variedades, con todo lo que ello implica para el
ecosistema del vino, desde el turismo, la gastronomía, hasta las otras
industrias culturales. El Malbec es –pensando desde el marketing estratégico- como
el Aconcagua, el Tango o la Patagonia: realidades convertidas en símbolos, con contenidos
y significados emocionales, intangibles, que todavía no explotamos intensivamente
como marca-país, para mejorar la posición en los mercados mundiales de todos
los productos argentinos. Un símbolo bien comunicado y posicionado en la mente
del consumidor lo dice todo y tiene una fuerza extraordinaria; empuja todo lo
bueno que tenemos dando contenido a las marcas. Es la posibilidad de crear
mitos, relatos, historias, que es lo que quiere vivir el consumidor joven, para
no aburrirse en esa continua dinámica de cambio que lo identifica en su
conducta de consumo y entretenimiento.
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